VEINTE DÍAS EN TURQUÍA
Comienza
nuestro viaje a Turquía.
La curiosidad por descubrir otras tierras, la incertidumbre de lo que
nos deparan, nos convierte en seres inquietos durante el vuelo. El madrugón
en Madrid para coger el vuelo y el trasbordo en Milán, sumados
a la pésima dieta de AlItalia, no consigue mermar nuestras energías.
De eso, andamos sobrados. El entusiasmo acumulado durante los preparativos
nos deja un buen excedente.
Aterrizamos en Estambul,
una anfitriona extraordinaria. Cualquier viajero que quiera exponerse
a la frenética cotidianidad de esta urbe, mezclarse entre la gente
en las grandes zonas comerciales o entre el bullicio de los muelles, seguro
descubrirá de improviso espacios se abren a la intimidad y la reflexión.
Desde allí, por carretera, nos desplazamos hacia la Capadocia.
La naturaleza compitiendo con la cultura. Numerosos valles, a cada cual
más sorprendente. La fuerza de los elementos cobra protagonismo,
nos sumerge en el asombro y nos rescata a la perplejidad. Descomunal.
Algo tan terrestre se convierte en divino a nuestros ojos.
La tercera etapa hace escala en Adiyaman. Sube la temperatura a los pies
del Nemrut. Junto al túmulo
funerario de Antioco y en presencia de los dioses, sufrimos los inconvenientes
de un enclave turístico y nos solidarizamos con el destino de aquellas
esculturas silentes presas del flash. Fuera del horario de visitas, el
silencio espeso se interrumpe sólo en diálogo con la imaginación,
que interroga a aquellos testigos mudos de la historia.
Finalizamos nuestra ruta en Sanliurfa.
En los jardines de Gölbasi, entre turistas, esta vez orientales,
la distancia que nos separa de Estambul no sólo es física.
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