ESTAMBUL
Día 5
Volamos a Estambul desde Madrid haciendo escala en Milán.
A vista de pájaro, Estambul aparece como una gran ciudad de la
que sobresalen, como lanzas, los numerosos minaretes de sus mezquitas.
Una porción de tierra fragmentada por las aguas.
Aterrizamos
en el aeropuerto internacional Atatürk. Es un espacio moderno y recién
estrenado con poco tránsito de viajeros. Nos sorprende una imagen:
un grupo de mujeres vestidas completamente de negro, cuyo atuendo sólo
deja a la vista la mirada. Resulta chocante e incómodo. ¿Dónde
estamos? Más tarde comprobaríamos que esta rigidez en la
indumentaria es más propia de Irán que de Turquía,
en donde los velos de colores se mezclan con cabezas al descubierto. Cogemos
el Hizli metro desde el aeropuerto hasta Aksaray. Desde allí cogemos
un taxi hasta nuestro alojamiento en Sultanahmet, el Bahaus.
El tráfico es imposible y la carrera nos constata la conducción
temeraria que practican los conductores de Estambul. Aún nos parece
increíble haber llegado sanos y salvos a nuestro albergue. Desde
su encantadora terraza se otea el Mármara, y una vez fuera contemplamos
los minaretes de la Mezquita azul.
Reponemos fuerzas comiendo en uno de los restaurantes más populares:
Doy-Doy. Aprovechamos para reponer fuerzas entre el ayran y la típica
pizza turca. Salimos de allí saciados y ávidos de ciudad.
Nos dirigimos hacia el hipódromo, convertido en alameda donde aparcan
todos los autobuses repletos de turistas. Allí encontramos el obelisco
amurallado o columna de Constantino el Porfirogeneta, la columna serpentina
(mutilada) y el obelisco de Teodosio, el monolito más antiguo (3500
años), tallado con jeroglíficos, parece de cartón
piedra. Nos resulta difícil imaginar la función que años
atrás desempeñó este espacio.
Sultanahmet es la zona más turística de
Estambul por encontrarse concentrados allí la mayoría de
monumentos importantes, grandes obras arquitectónicas como Santa
Sofía, la mezquita Azul y el palacio de Topkapi. Según vas
paseando, alrededor de unas pocas manzanas, las vas descubriendo, instaladas
entre hermosos jardines. Aquí es más fácil encontrarse
con españoles, alemanes o italianos que con la población
autóctona, a la cual se reconoce por sus puestos ambulantes de
bollos, mazorcas de maíz, pilav y kebap, o al frente de comercios
y restaurantes enfocados al turismo.
Aunque pasearíamos innumerables veces por este lugar, sólo
llegaríamos a visitar la mezquita Azul. Renunciamos a la majestuosidad,
apostando por atmósferas más íntimas, pobladas de
sentido en la rutina de los oriundos.
Día 6
Salimos del albergue buscando el puente de Gálata para cruzar
a Beyoglu, donde tenemos que localizar, próxima a la plaza de Taksim,
la agencia de Herz para confirmar la reserva del coche de alquiler. Los
estímulos del camino y el calor casi ponen en riesgo nuestro objetivo.
Para comenzar, dejamos a la derecha Santa Sofía y caminamos por
Sogukçesme Sk., preciosa y sugerente calle paralela a la muralla
del palacio de Topkapi. Callejeando, nos encontramos a las puertas del
bazar egipcio, descaradamente orientado a los turistas. Entre los vivos
colores y olores de las especias, nos sorprenden letreros en castellano
con expresiones de moda del tipo “pues va a ser que no” o
“¿Qué pasa Neng? Un cóctel capaz de aturdir
al más despierto. Lo más interesante son las tiendas de
alrededor, que desbordan y circundan los muros del Gran Bazar. Organizadas
por oficios y artículos, según las calles, aquí puedes
encontrar lo que ni te imaginas.
Tiendas especializadas en cubos de latón, cintas de colores, ropa
militar, palas con las que sacar el rico pan del horno, zapatos, sogas,
aceitunas, queso…Resulta difícil desplazarse entre el gentío
que comercia sin descanso, incluyendo a los vendedores ambulantes más
variopintos portando desde vasitos de te, manzanas, zumo de naranja, ayran,
máquinas que plastifican documentos, hasta preservativos. Compramos
algo de fruta y descansamos en la plaza de Eminönü bajo un calor
sofocante. Allí junto a la Yeni Camii, una de
las mezquitas más populares de Estambul, nos entretenemos viendo
a los vendedores ambulantes de helados haciendo maniobras arriesgadas,
con aquellas grandes masas heladas y gelatinosas, que sacan y meten continuamente
de sus contenedores frigoríficos. La operación resulta ser
no sólo válida como reclamo sino, según creemos,
necesaria para la conservación de la textura de los mismos. Merece
la pena probarlos. La textura y el sabor son distintos a los que estamos
acostumbrados. En especial os recomendamos el de pistacho. ¡Cómo
no! Entramos en el patio de Yeni Camii. Las personas entran y salen continuamente
de una de las mezquitas más concurridas de Estambul. Antes de entrar
se lavan los pies y la cara en una fuente, para después descalzarse
y, en el caso de las mujeres, además, cubrirse la cabeza.
Por fin nos decidimos a cruzar el puente de Gálata cuyos bajos
están repletos de bares y restaurantes, establecimientos que habitaríamos
durante largas y sobrecogedoras puestas de sol.
Ya en la otra orilla, desde la plaza de Karaköy, subimos a la plaza
de Tünel por una empinada calle especializada en tiendas de música
e instrumentos, dejando a nuestra izquierda la torre de Gálata.
Una vez allí, hacemos una parada para comer antes de adentramos
en Istiklâl Caddesi. Esta es una avenida peatonal repleta de tiendas
y comercios de conocidas multinacionales. A la altura de la plaza de Galatasaray
buscamos una de las pastelerías más antiguas de Estambul,
üç yildiz, donde compramos los pequeños y suculentos
y calóricos dulces típicos como el baclavá. Entrando
y saliendo de los distintos pasajes, llegamos hasta Taskim, confirmando
por fin la reserva del coche. A la vuelta, descansamos en el café
Kelebek, sentados en unos enormes sofás blanditos, en los que nos
abandonaríamos en más de una ocasión.
Día 7
De madrugada, una gran tormenta descarga sobre Estambul. Decidimos desayunar
fuera del albergue y nos estafa un encantador “amigo turco”.
Visitamos la mezquita Azul tapizada con azulejos de cerámica de
Iznik. Bien bonita, con el inconveniente de que las luces de los flashes
ametrallan la visión.
Huyendo de los turistas, y sus crueles hábitos, modificamos nuestro
itinerario original, el de la mayoría de las agencias, para ir
a visitar la pequeña santa Sofía (Küçük
Aya Sofía Camii). Al llegar nos la encontramos cerrada por obras,
pero nos aguarda, al asomarnos a su entrada, un bonito salón de
té alrededor de un cuidado jardín. Es sorprendente la paz
que allí se respira. Sólo el influjo del te logra arrancarnos
de aquellos sofás.
Desde allí, nos dirigimos a la mezquita de Mehmet Pasa
que queda secuestrada entre casas y callejuelas, y donde se encuentra
una escuela coránica. Además de visitar su interior, merece
la pena hacer un descanso en su patio, donde se puede asistir en directo
a las clases de Corán, en las que de una forma disciplinada y constante
unos jóvenes alumnos recitan al aire libre el Corán ante
un paciente y férreo maestro. Apenas reparan en nuestra presencia,
lo cual nos reconforta, a la vez que nos permite observarlos sin interrumpirlos.
Mas tarde visitamos Yerebatan Sarayi o la Cisterna-Basílica.
De entre las 336 columnas de este depósito que surtía de
agua a la ciudad, destacan las dos que están al fondo, sobre zócalos
que representan cabezas de medusa. No obstante, los visitantes se precipitan
a darles la espalda para inmortalizarse en un primer plano.
Caminamos por Divan Yolu hacia su prolongación en la avenida Yeniçeriler,
donde nos encontramos con una gran puerta de entrada a la universidad.
Descendemos hacia Kumkapi. Tras atravesar un barrio deprimido
y lleno de vida, sin solución de continuidad, nos metemos de lleno
en una zona lujosa de restaurantes de pescado. Acabamos en el puerto,
comiendo unas sabrosas caballas, y volvemos al hotel por el concurrido
paseo marítimo. Qué familiar resulta este ambiente mediterráneo,
donde la vida se hace en la calle.
Día 8
El plan de hoy es visitar las murallas de Teodosio,
recorriendo los barrios de Edirnekapi, Fener y Balat.
Nos dirigimos a la antigua iglesia de San Salvador in Chora,
con espléndidos mosaicos que representan algunos pasajes del Evangelio.
Desde allí descendemos por calles salpicadas con antiguas casas
judías de madera, curiosas construcciones, en ruina la mayoría.
Localizamos la sinagoga Kastoriya, la única sinagoga
de madera de Estambul. Ascendemos hasta las murallas que circunvalan el
perímetro de esta porción de Estambul. Nos paseamos por
el cementerio anexo, observando las inscripciones de las lápidas,
rematadas por diferentes tocados que nos informan de la alcurnia del fallecido.
Atravesando las antiguas entradas a la ciudad, recorremos alternativamente
las dos caras de la muralla, hasta acceder a los altos muros del palacio
de Constantino Porfirogeneta. Descendemos por el barrio de Bachernes Ayvansaray
hasta la iglesia de Nuestra Señora de Blachernes,
donde se haya un manantial milagroso.
Por estos barrios se puede respirar la vida cotidiana y multicultural
de sus habitantes humildes.
Descansamos junto al cuerno de oro, para ver por último
la iglesia búlgara de San Esteban, construida
totalmente en metal, en proceso de restauración. Tras protagonizar
una incómoda persecución por unos niños, un autobús
nos socorre y nos plantamos en los alrededores del gran Bazar.
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