TE RECOMENDAMOS...

  • Los dumplings de pato que preparan en el restaurante situado en Gulou Dongdajie esquina con Beiluogu Xiang, próximo a la Torre de la Campana.

Dónde estuvimos

Beijing

Nos alojamos en Beijing Downtown Backpackers en el distrito Dongcheng, No. 85, Nan Luo Gu Alley, y nuestra primera impresión en pleno hutong (versión turista, todo hay que decirlo) fueron decenas de libélulas revoloteando a nuestro alrededor. No se trataba de ninguna alucinación fruto del jet lag. Eran reales. Segundo impacto: el olor a tofu en un puesto de las inmediaciones al parque Qianhai.

El primer día, sobre todo si llegas al aeropuerto a las 8.00 de la mañana con un desfase horario de 6 horas y habiendo hecho escala en Helsinki con 5 de espera, no es el mejor para disfrutar de un nuevo lugar. Sufres una especie de desdoblamiento entre tu cuerpo y tu mente. El instinto de exploración combate contra un cerebro hecho papilla y los estímulos que te llegan del exterior se convierten en un rompecabezas difícilmente asimilable para tus coordenadas culturales.

Al día siguiente, recuperados, paseamos desde nuestro albergue hasta el parque Jingshan. Los parques de China siempre nos resultaron amables tanto para un primer contacto con la población como para reponer fuerzas. Allí nos sorprende la actividad y la espontaneidad de los mayores para disfrutar cantando, bailando o haciendo ejercicio. Subimos hasta la pagoda desde donde se divisa la ciudad prohibida, aunque la niebla solo nos permite hacernos una idea de sus dimensiones y del río de gente que sale de su interior.

Durante los primeros días la hora de comer se presenta como una pendiente insalvable. Primero averiguas que su hora de comer comprende desde las 11.30 hasta las 13.30 aproximadamente. Segundo: A pie cambiado, hay que encontrar un lugar en el que te atiendan a deshoras,  que nos invite a entrar y que tenga la carta en inglés o con fotografías. Segundo, elegir los platos medio a tientas, mientras la persona que nos atiende espera bolígrafo en mano y sin moverse una media de 15 minutos. Tercero, aprender a desenvolvernos con los palillos. Miradas y sugerencias sobre su buen uso de los comensales próximos. Verdadera tecnología digital. Comes un tercio de lo que te llevas a la boca y gracias. Poco a poco el instinto de supervivencia te vuelve más hábil  y eres capaz de cazar guisantes con la destreza de un auténtico karate kid.

Un amigo residente en la ciudad, nos recomienda visitar el mercadillo de los campesinos, instalado los fines de semana en las proximidades de la parada de metro de Jinsong. Un mercado enorme lleno de mercancías diversas que deja exhausto al más curioso: libros, cerámicas, ropa, “antigüedades”, etc. Los vendedores somnolientos también entran a formar parte del escaparate, sorprendiendo su capacidad para echarse una siesta en cualquier postura. Afortunadamente en el mismo recinto encontramos puestos portátiles de arroz y tallarines, de los que dimos buena cuenta.

En los primeros días, nos resistimos a abordar de inmediato los highlights como la Ciudad Prohibida o el Templo del Cielo, y nuestra segunda apuesta es la visita al distrito de arte 798 próximo a Sanyuanquiao. Saliendo del metro por la salida C1 y caminando un poco decidimos tomar el autobús 104 para llegar hasta allí, puesto que los taxistas se negaban a activar el taxímetro para llevarnos. (Esto nos ocurrió en alguna otra ocasión, fundamentalmente en las estaciones de tren). Unos jóvenes que se dirigían hasta allí nos avisaron de la parada oportuna (4 en total a la ida, y 5 a la vuelta ¡ojo!). Dicho distrito es un lugar enorme de naves industriales que ha sido reconvertido en espacio para galerías y estudios para artistas. Tanto las exposiciones, las esculturas que decoran sus amplias calles como el perfil de los visitantes, nos hicieron pasar una mañana muy entretenida. Si a eso le unes la posibilidad de tomar un café y unos batidos naturales en una agradable terraza pues el plan es redondo.

Tras unos días de reconocimiento del medio, decidimos visitar el Templo del Cielo. La excursión, junto con miles de turistas, no cumple nuestras expectativas pese a las buenas críticas que habíamos leído en blogs y guías. Un lugar impecable, pero frío. Así que tras deambular por sus kilométricos jardines en busca de la salida, nos encaminamos hacia Quianmen Dajie. Cual fue nuestra sorpresa cuando, tras andar bajo un sol de castigo por una enorme avenida, desembocamos en una calle peatonal con aspecto de estudio cinematográfico, cuya arquitectura suponemos reproduce las antiguas viviendas de antaño, ahora reconvertidas en centro comercial. Las grandes firmas se afanan en montar sus locales listas prácticamente para su inauguración. Decidimos comer en uno de los restaurantes más famosos de Beijing por su pato laqueado pero cuando llegamos nos dan número para esperar una hora. El desfallecimiento hace que claudiquemos y busquemos otro restaurante. En la misma calle en el nº 38 entramos en Du Yi Chu Shaomai Restaurant, un lugar de comidas cuya fundación se remonta a 1738 y en el que pudimos degustar los típicos shaomai, una variante entendemos de los dumplings, muy finos y riquísimos. Eso sí, los pagas a precios occidentales, y digo esto porque comer en China es muy barato y sólo en algunos lugares más turísticos los precios son equivalentes a España.

Salimos de Quianmen Dajie en busca de la vida real y deambulamos por calles en obras donde transitar se convierte en un verdadero ejercicio de riesgo. Poco a poco vamos internándonos por calles estrechas, auténticos hutones, como los que circundan Liulichang Street en dirección a la parada de metro de Qianmen, al sur de la plaza de Tian´anmen.
Al día siguiente decidimos visitarla caminando desde Wangfujing Dajie. Es una de las grandes avenidas peatonales enfocada al comercio y atestada de gente. Como principal atractivo destacamos una gran librería, y una transversal donde encontraréis los famosos puestos de saltamontes, alacranes, estrellas de mar y cualquier cosa que se pueda presentar en forma de pincho moruno.
Plano en mano nos dirigimos hacia la plaza de Tian´anmen, a través de unos hermosos jardines donde nos encontramos a los primeros chinos que nos piden hacerse una foto con nosotros. Al principio no entendíamos bien su propósito, pero acabamos percatándonos de que el atractivo del lugar éramos nosotros. A la plaza se accede a través de unos túneles subterráneos y tras pasar un control. Al salir a la luz nos encontramos con una fría explanada con dos manchas de césped rectangulares custodiadas por la policía para impedir que la invadan. Permitido sólo sentarte en el bordillo. Las personitas como puntos formábamos el marco de dos cuadros verdes. Una sensación de sentirte continuamente observado no hace de su visita un lugar muy acogedor. En un extremo de  la plaza se encuentra el Mausoleo de Mao, que abre martes y domingo de 8 a 12 de la mañana, y en el otro, la foto del mismo sonriente preside la entrada a la Ciudad Prohibida. Decidimos salir de allí y dirigirnos a la espalda de la “Gran Sala del Pueblo” donde se encuentra el Teatro Nacional, edificio semicircular rodeado de un estanque. Descansamos en los jardines anexos mientras vemos pasear a la población.

Una nueva jornada. Decidimos visitar la Torre de la Campana y la del Tambor, próximas a nuestro albergue. De buena mañana te encuentras subiendo peldaños casi en vertical. Exhaustos alcanzamos la cima para poder disfrutar de las vistas. En la torre del Tambor asistimos a una representación en la que varios chinos tocan los tambores-réplica de su interior. Desconocemos la regularidad con la que se produce esta actuación pero los intérpretes dan buena cuenta del tedio que les genera. Desde allí cogemos el metro para dirigirnos al Templo Lama, donde nos sorprende Maitreya buda, una estatua de madera de sándalo tallada en una sola pieza de 26 metros, ocho de los cuales se encuentran bajo tierra. Absolutamente colosal.

Otro templo interesante es el Dongyne. Un recinto apenas visitado donde podréis encontrar los mandamientos o principios del taoísmo ilustrados a través de escenas cuyos personajes son tallas de personas curiosas, porque en ocasiones sus cabezas corresponden a animales, como ranas, caracoles o leones. No está tan restaurado como los demás, lo que le proporciona un aspecto más auténtico.
Desde allí paseamos hacia la zona de las embajadas, donde nos internamos en el parque del templo del sol. Allí descubrimos a varios hombres volando cometas de hilos kilométricos. Esto es todo un arte teniendo en cuenta de que aparentemente no corre ni una ligera brisa. Es increíble. También nos encontramos con una zona de ejercicios con aparatos de gimnasia (de los olímpicos) donde conocemos a Víctor, un chino muy amable con el que entablamos conversación.

Próximo al parque se encuentra el Mercado de la Seda, una superficie comercial con ambiente de mercadillo atiborrado de mercancía. Para comprar allí, tienes que ir mentalizado de que el ejercicio del regateo es menos lúdico de lo que parece. Depende de lo interesado que estés en el artículo puedes enfrentarte a semejante tarea. Calculadora en mano vas rebajando el precio, no sin cierto rubor, hasta llegar por debajo del 50 % del precio inicial. Si te dejan marchar sin el botín es que pretendes que te lo regalen… Si no habéis hecho el memo comprando nuevas mochilas en el Decathlon en España, podréis presumir de una buena compra durante el resto del viaje.

No obstante, os recomendamos no gastar todas vuestras fuerzas en el mercado para poder acercaros a echar un vistazo a la Torre de la Televisión, próxima a la parada de metro de Guomao. Es un edificio impresionante al que no pudimos acercarnos lo suficiente porque aún está vallado por estar en obras. Por cierto, que es chocante ver el tipo de valla-chatarra que se gastan para circunvalar uno de los edificios más interesantes de la ciudad.

Si os gusta la arquitectura no debéis perderos el área de los edificios olímpicos, a la que podéis acceder desde el metro Olimpic Green. Saldréis a una amplia y animada avenida, en donde podréis disfrutar, entre otros, del Water Cube y el Nido. Merece la pena acercarse por la tarde para poder contemplarlos iluminados, pero ojo no lleguéis muy tarde porque sobre las 21.30 los apagan. Como curiosidad, junto al lugar hay instalada una gran feria a cuyo recinto no pudimos acceder porque lo estaban cerrando. Lástima.

Sí, sí. Durante nuestra estancia en Beijing no podíamos obviar la Gran Muralla. Decidimos abordar el tramo de Mutianyu, contratando por 400 yuanes un taxi ida y vuelta. El espectáculo de la muralla es tan ambicioso que casi no te lo crees. El día no nos acompañó porque estaba muy nublado y apenas se distinguían las montañas de alrededor, pero a cambio nos permitió pasearla prácticamente solos. Merece la pena visitarla entre otras cosas para reafirmarte en el carácter lúdico de los chinos. Bien está que accedas a ella en teleférico o en telesilla para salvar los obstáculos naturales, pero que bajes en tobogán es un poco fuerte. Es como imaginarte descendiendo de esa guisa de la Alhambra al Albaicín… Todo un número.

Ver galería de fotos